En un café…

Hoy me senté a tomar un café descafeinado para distraer esta gastritis, que se asoma en tiempos de noviembre.

Con un cuaderno de resortes, para no perder la costumbre de sentir la hoja de papel, su olor, el sonido al pasarla.

Con un lapicero azul, el mismo que me dejo la típica callosidad en el dedo, por tanto escribir.

Puse música, de esas que conectan el alma con el universo, y por un instante, te hace sentir inmortal.

Empecé a darle rienda a mis pensamientos, cuando de repente, llega un chico de unos 35 años y toma asiento en la mesa de enfrente, a los minutos se sienta en su mesa un señor de la tercera edad.

Ambos leen el menú, le piden al mozo algo para comer.

El señor que al parecer era el padre de este chico, saca sus anteojos y empieza a leer el diario. El chico lo mira varias veces y al darse cuenta que no había ningún tipo de contacto con su padre, decide enfrascarse en su teléfono.

Me llamo muchísimo la atención, que en todo el almuerzo no llegaron a cruzar miradas, mucho menos hablarse.

Noté la ansiedad del chico, la tristeza en sus ojos.

Terminaron de almorzar y cada uno se fue.

Pensé qué tiempo tan desperdiciado, que ganas de ir por ellos, y decirles, tienen dos brazos para abrazarse, conversen, ríanse, que la vida se les está pasando sin mirarse...

Sin decirse cuánto se aman, a pesar de los propios laberintos de la vida misma.

Ojalá tomemos conciencia que el tiempo y los espacios no regresan.

Que el ahora, es ya un instante perdido.

Ser conscientes, que somos nosotros que tenemos que vivir la vida y no ella pasar simplemente por nuestro lado.

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